Hola!
Hoy quiero regalarte la posibilidad, antes que a nadie, de leer el prólogo de la novela que publicaré próximamente.
Con próximamente quiero decir: La semana que viene!!!!
Como punto importante debes saber, si no lo sabes ya, que es una tercer entrega de la Serie Mujeres Fuertes. Los tres libros son autoconclusivos. Puedes encontrar algún spoiler pequeño, pero nada que te impida leerlas por separado. De todas formas, te recomiendo leerlas en orden para no perderte las «sorpresas».
Si quieres saber más sobre esta novela, te invito a mis redes sociales, allí encontrarás mucha información, por ejemplo: musas, detalles importantes, alguna cita y hasta los motivos que tuve para escribir esta novela. La portada y sinopsis, seguramente, las viste ya en mi web, allí encontrarás en breve el link de compra también.
Entonces, a lo que vinimos…! Te dejo el Prólogo de Luna. Fiel a sí misma. (próximamente en Amazon)
Disfruta la lectura!
¡No podía creerlo! No quería creerlo, tampoco. Volvió a cerrar los ojos, con la esperanza de que al abrirlos todo desapareciese y no, eso no sucedió.
Se miró al espejo, suspirando. Tomó una de las toallitas húmedas que usaba para quitarse el maquillaje y se borró con ella la línea negra que siempre dibujaba sobre sus párpados superiores. Le gustaba que sus ojos se viesen sensuales y grandes. Con ese movimiento, también desapareció la máscara de pestañas con la que las teñía de negro. Descubrió entonces su mirada limpia y fresca. De su lápiz labial rosado ya nada quedaba a esa hora de la tarde, casi noche.
Observó en detalle su rostro un poco aniñado y torció el gesto. Todos decían que parecía más joven. Ella solo quería aparentar los treinta y cuatro años que tenía, no le gustaba escuchar que creían que tenía diez años menos. Su piel no ayudaba en nada: era blanca, tersa, suave, brillosa… la cuidaba mucho, todo había que decirlo, por eso, no tenía ni una sola arruga o mancha. Sus labios llenos, su boca un poco grande, la nariz fina y bonita, y las mejillas delgadas no colaboraban, por el contrario, le hacían lucir joven y radiante. Solo su actitud desafiaba a su apariencia. Esa sí que decía: tengo mis años vividos, mi edad es la de una mujer con experiencia en errores varios y aciertos incontables.
Parecía que esa actitud no podía con su nueva realidad.
Se tomó el largo y rebelde cabello con ambas manos y lo recogió en un nudo sobre la cabeza. Desde hacía casi cinco años, lo llevaba pintado de azul. Una vez que probó cómo le quedaba, le gustó y, eso sí, en gustos era bastante definida y esquemática. No se adaptaba bien a los cambios. Si algo le gustaba, repetía una y otra vez hasta cansarse. Y cuando de colores se trataba… no le experimentaba con muchos: azul, rosa, blanco… poco más, tal vez, sumaba el negro y solo por ser combinable.
Se desnudó, sin dejar de luchar contra las lágrimas, y se colocó su antigua bata de toalla blanca con lunares rosados. Prescindiría de las pantuflas esta vez. Necesitaba sentir el suelo bajo sus pies. Algo a lo que aferrarse y no creer que estaba viviendo un mal sueño.
No solía dramatizar sus problemas, iba siempre de frente y era segura de sí misma. Había sido una niña mimada, de ahí nacía su seguridad.
«Ser mimada no es lo mismo que consentida», pensó siempre, porque eso sí que nunca fue.
Al ser la menor de dos hermanos y la niña esperada, después de doce años, no era para menos. Creció con la seguridad de quien lo hace protegida por quienes la querían, incluyendo a su hermano adolescente que la llevaba de la mano a todos lados. Su personalidad se fue formando sin fisuras, ni miedos o dudas, sus padres no se lo permitieron. Tampoco su hermano Nando. Él nunca la trató como a una pequeña molesta que no podía hacer nada, como sí lo hacían otros niños mayores. Nando, no. Él le había enseñado a levantarse tras una caída de la bicicleta, a no llorar por un raspón en la rodilla, pero sí ante un dolor de esos que pedían lágrimas y, sobre todo, a expresar sus enojos. También a imponer sus ideas, por más absurdas que estas fuesen. Lo que jamás le permitió fue dudar de que la amaban.
Ante la pérdida de sus padres, en un lapso de tiempo muy cercano, siempre contó con él y sus amigos, los de ambos. Una adolescencia como huérfana bien podría haberla cambiado un poco, pero eso no pasó. No del todo. Y Nando tuvo mucho que ver también. Jamás la dejó avergonzarse de nada, tampoco victimizarse. Le demostró que el amor verdadero era posible, ya sea fraternal o romántico, que no solo amaban los padres, y que podía encontrar otras personas que la quisiesen. Nunca le permitió pensar lo contrario. Lo que sí le exigió, y hasta lo hicieron juntos, fue que llorara sus pérdidas al sentirlas, no más tarde, cuando dejasen heridas incurables en el corazón. Su hermano siempre fue directo, no se andaba con rodeos ni de puntillas, decía las cosas claras y a veces las exigía, siempre con una sonrisa en el rostro y una caricia sobre sus mejillas. Todo lo que Nando le dio fueron enseñanzas positivas y mucho cariño. Así fue desde el mismo día que la conoció.
Por eso, Luna tenía mucho amor para repartir. Ella era como una pequeña bomba de cariño, su aparición en la vida de los demás no pasaba desapercibida nunca. Y no por su apariencia, que esa también se hacía notar.
Se bebió de un solo trago el vaso con leche fría que se había servido y encendió el televisor. Quería una distracción, algo que le permitiese evadirse de lo que había confirmado hacía unos pocos minutos.
―Estoy embarazada. No puedo creerlo ―murmuró, llevándose las manos a la cara. Sin emoción alguna en su voz.
Jamás había pensado en ser madre, mucho menos una soltera. Ni hablar de embarazarse de un desconocido, eso ya era terrible. Pero lo de no estar segura de quién podría ser el padre ya era toda una calamidad.
Si era de Sule lo sabría nada más ver a ese bebé en la sala de partos. Su piel morena era heredable, no tenía dudas. Distinto era el caso de… ¡Dios, si apenas podía recordar el nombre…! ¿Paulo, Pelo, Pablo?
―¡Tonta, mil veces tonta! ―se dijo, contando por tercera vez las pastillas anticonceptivas y comparándolas con las fechas del calendario. Era obvio que había salteado algunas. No tenía idea de cuándo se había olvidado de tomarlas. ¡Era tan esquemática! A veces. La mayoría del tiempo―. No esta vez, Luna.
Gracias por leer. Te espero por mis redes.
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