Te presento a Bóxer!

En este prólogo, Bóxer hace gala de su personalidad y te deja entrever el origen de sus problemas.

Este policía convertido en guardaespaldas tiene una personalidad fuerte y sabe lo que quiere. También tiene problemas, sabe que debe buscar las soluciones y no entretenerse con tonterías. Bueno, no son tonterías, o dejarán de serlo un día, y ese día… Ya quisiera él que ese día nunca hubiese llegado.

No quiero dejar de mencionar que este libro es la segunda entrega de la Serie Hombres. Son historias autoconclusivas que, a su vez, se desprenden de la Serie Mujeres Fuertes: tres novelas autoconclusivas también.

Aunque es preferible leerlos en orden, alternarlos no conciona su lectura.

Ivonne Vivier

Entonces… aquí vamos. Así comienza Bóxer. Un lobo solitario.

Disfruta la lectura!

Bóxer volvió a golpear los nudillos sobre la madera blanca. El sonido sensual de la voz de Alissa, permitiéndole entrar, lo hizo suspirar.
Esa mujer lo tenía absolutamente atrapado.
Dio un primer paso hacia el interior del dormitorio y sonrió al verla semidesnuda, tumbada en la cama, con un dedo extendido y comenzando a moverlo para invitarlo a recostarse sobre ella.
―No quiero meterme en problemas ―murmuró, negando con la cabeza―. Tomo las invitaciones y me voy. Hoy tengo un día que mejor ni te cuento.
―Puedo imaginarlo ―expresó ella, y se incorporó, quedando sentada―. ¿Todavía no las has enviado? ¡Eso se hace con bastante tiempo de anticipación, Bóxer!
―No pasa nada. Todo el mundo sabe la fecha y el lugar, Alissa. Lo importante es que tengan la tarjeta el día de la bo-da para que puedan ingresar al salón.
Ella sonrió con coquetería y lo repasó con la mirada. Él se dejó hacer sin moverse ni un centímetro.
―De todas maneras, debes apurarte con la entrega. ¿Ne-cesitas ayuda?
―No, prometí hacerlo yo y lo haré a tiempo ―aseguró.
―Bien, lo dejo en tus manos. Esas manos… cómo me gustan ―ronroneó Alissa, y rompió todos los frenos de Bóxer con esas palabras.
Lo vio dar el paso largo que los separaba y abalanzarse sobre ella, que lo recibió sonriente y ansiosa.
―Te voy a manosear entera, Alissa.
―Tócame de arriba abajo y háblame sucio, como te gus-ta.
―¡Silencio! Estás buscándote un castigo. Date la vuelta y ponte a cuatro patas. Gritarás tanto que hasta tu cocinera te escuchará ―murmuró Bóxer, pegado al oído de la mujer que meneaba la cadera contra su sexo ya listo para la acción.
No le dio respiro, tampoco la avisó. Se enfundó un condón y arremetió en su interior como si fuese la última vez. Con los puños apretados la guiaba hacia adelante y atrás, y él hacía lo contrario, encontrándose en un rotundo golpe que los sumía en un placer delirante, obligándolos a maldecir entre jadeos y gemidos.
―Me pones muy burro, Alissa.
―Y a mí me encanta ponerte así. Quiero más, pareces débil. ¡Más fuerte!
―Si no terminas ya, lo haré primero y te quedarás con las gan… ¡La puta madre! ―gruñó ante el éxtasis que lo doblegó.
Alissa soltó la carcajada soportando su peso y el aliento caliente sobre su espalda.
―Te lo avisé. Cuando hablas de esta forma, no puedo detenerme. Ven aquí, déjame compensarte.
La abrazó desde atrás y metió su mano entre las piernas femeninas, para acariciarla con pericia.
Alissa se retorcía como una culebra entre sus brazos y gemía, nombrándolo de vez en cuando y exigiéndole más.
―Me encantas. Eres una diosa, mi diosa ―murmuró Bóxer, admirándola con tanta pasión y amor que hasta él mis-mo se asombraba.
En sus treinta y ocho años, jamás había sentido tanto por una mujer. El amor había llegado tarde a su vida, sin embar-go, poco importaba el tiempo de espera porque era un sentimiento hermoso, fuerte, visceral, uno que le iba como anillo al dedo. Hasta congeniaban en la cama. Una casualidad que pocas veces le había ocurrido.
Bóxer sabía lo que quería y cómo, no obstante, parecía que eso no era lo que esperaba la mayoría de las mujeres con las que había intentado tener algo serio, hasta que había llegado Alissa a su vida y entonces, no pudo resistirse.
Dejó de pensar y analizar, dejó de ser coherente consigo mismo y violó todos sus valores. Todos. Solo por ella.
Cuando la sintió satisfecha y relajada, como solía soñarla cada noche y desearla mañana tras mañana, besó su cabeza y acarició sus piernas, sus pechos, su vientre… Era el momento exacto de dejar de ocultarse y hablar claro.
―Me estoy enamorando locamente de ti, Alissa. ―Ella se tensó e intentó alejarse, pero él se lo impidió, apretándola más contra su cuerpo―. Por favor, no te escapes. Quédate un ratito más así.
―Me caso en un mes, Bóxer ―murmuró Alissa.
―Lo sé. Y yo seguiré siendo el guardaespaldas y chofer de tu esposo.

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